Aunque la no revalorización de todas las pensiones convertirá al Ejecutivo en el pimpampum, no conviene olvidar que sólo hay tres alternativas: la socialista, la liberal, y la del Gobierno. La socialista no la aplicarían ni los socialistas. La liberal no la aplicaría nadie. Y la adoptada ayer es la más probable hasta que suceda algo que aún no ha sucedido.
Veamos. 
La alternativa socialista de subir las pensiones, como el sistema es financiera y demográficamente insostenible, sólo adelantaría la crisis con un déficit que daría lugar a una deuda pública no financiable o una subida tal de impuestos y de cotizaciones que empezaría a recaudar menos. Hasta los socialistas verían que su alegría gastadora se vuelve contra ellos mismos y su supervivencia política. Les obligaría a medidas arriesgadas en términos de protestas populares, como la mencionada subida de impuestos o alguna otra estrategia expropiadora, como la incautación de las pensiones privadas practicada en mi Argentina natal por la siniestra dinastía Kirchner. Nada de esto es probable en España, no por el amor a la libertad de los socialistas sino porque los impuestos son ya muy elevados, por una parte, y por otra parte hay demasiados millones de ciudadanos con planes de pensiones privados, que indudablemente reaccionarían ante una expropiación, por muy progresista que les aseguren que resulta. 
La alternativa liberal es acabar con la Seguridad Social, lo que abriría el complejo problema de los costes de transición, y sólo resultaría políticamente asumible si la confianza de los ciudadanos en el Estado se derrumba, lo que a su vez sólo se producirá si las pensiones bajan mucho más. Eso es precisamente lo que aún no ha sucedido. Esa es la circunstancia crucial que convierte al pasteleo contemporáneo en el escenario presente y futuro más probable, es decir, debemos prepararnos para el final de la subida de las pensiones, y para un paulatino recorte de la pensión media, disfrazada durante un tiempo con excusas redistributivas del estilo de la reducción de las máximas y la subida de las mínimas, siempre que el enjuague no pese demasiado sobre la facturación global.